9 de febrero de 2012


Declaración de convicciones sobre el valor del ser humano.

Valgo porque existo, y todo hombre o mujer, niño o niña que exista, vale igual que yo. Nada bueno que yo haga puede engrandecer mi valía, como tampoco nada malo podrá disminuirla. Los humanos siempre habremos de tener exactamente el mismo valor, actuemos bien o mal, erremos o acertemos, seamos rechazados o aplaudidos, despreciados o amados. Si en la búsqueda de una verdad, o en el camino hacia mi superación personal, me siento obligado a evaluar mis acciones y cualidades, o las de otros seres humanos, tendré sumo cuidado de que no entre en juego la valía personal de nadie. Evaluar al prójimo encierra un gran peligro contra mi bienestar emocional, porque necesariamente deberé también evaluarme. De hacerlo, no sólo estaré siendo injusto con él o ella, sino conmigo mismo. Pagaré entonces un elevado precio de emociones que podrán ir cargadas de ansiedad, depresión, arrogancia, inferioridad, celos, envidia u otras fallas igualmente perjudiciales. Un libro sagrado advierte: Con la vara que midas, serás medido. Hoy también tendré presente: Con la vara que midas, te medirás a ti mismo.

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¿Con qué vara mides tus experiencias dolorosas, tus fracasos y tus errores?
¿Con la vara del verdugo, señalando a los demás como culpables de tu sufrimiento?
¿Con la vara de la víctima, pesando que eres tú el único culpable de tu dolor y del dolor de otros?
¿O con la vara de la madurez, asumiendo la parte de responsabilidad que te toca y soltando lo que no puedes controlar?

"La vara es exactamente la misma, la elección de cómo y para qué eliges utilizarla, es tuya."


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